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Es importante que resuelvan sus conflictos, no negarlos.
Escrito para Fitness por Harry Pereyra Christiansen
Una de las fuentes primordiales de afecto que tenemos los seres humanos es la relación afectiva que establecemos con nuestros padres. Sin embargo también es fundamental para nuestro equilibrio emocional la relación que entre ellos existe.
En esta entrega sólo abordaré la manera en que nos impacta la relación de pareja cuando viven en el mismo techo, no su condición de estar separados o en proceso de hacerlo.
El aprendizaje del cerebro humano se construye en mayor proporción de acuerdo a lo que ve y percibe que de acuerdo a lo que nos dicen que hagamos. Este proceso inicia fundamentalmente en casa, en el cotidiano contacto entre nuestros familiares. De ahí que en el día a día construimos una impresión acerca de si la relación matrimonial de nuestros padres es cercana, distante o indiferente. Podemos notar incluso cómo reacciona uno a la presencia del otro, percibir si la presencia le genera angustia o por el contrario tiende a calmarlo o quizá a irritarlo.
Es esperable que por estar expuesto a estas constantes interacciones conyugales, lleguemos a apreciar más unas que otras (pero mayormente es un acontecimiento inconsciente), proceso que se conoce como Identificación. En esencia desarrollamos Identificaciones positivas o Identificaciones negativas, con nuestros padres. Las primeras están conectadas con las fortalezas de personalidad de nuestros padres; mientras que las segundas se conectan con partes que rechazamos de la personalidad de nuestros padres y por ello reaccionamos con tensión, ansiedad e irritabilidad cuando nos sorprendemos actuando de formas y maneras que detestábamos en ellos.
Pero así como percibimos la TENSIÓN y CONFLICTO, también percibimos el APOYO y CARIÑO de la pareja. Evidentemente cuando el matrimonio provee APOYO y AFECTO, los hijos crecen en una atmósfera emocional estable y consistente.
Un matrimonio que se esfuerza por crear Intimidad Emocional, tiene que aprender a mostrarse vulnerable con el otro. Aspecto que en la mayoría de parejas es vivido como un peligro, puesto que supone entregarle “un arma emocional” a la pareja con la que nos pueda manejar.
La vida en pareja es intensa y parte de los desafíos radica en aprender a equilibrar tres instancias psicológicas: Yo individual, Yo conyugal y el Yo que proviene de la familia de origen (es decir, el rol de hijo y hermano). Lo anterior requiere de una atención constante y no termina de hacerse en alguna etapa de la vida, ya que la vida misma, con su rica y variada gama de experiencias emocionales provee posibilidades nuevas y diferentes de aprendizaje.
No está demás enfatizar que es IMPOSIBLE que una pareja alcance la Intimidad Emocional a menos que las personas se sientan valoradas, deseadas y queridas.
Todo lo ya mencionado nos transmite mensajes tanto verbales como no verbales (miradas, tonos de voz, estados afectivos, etc.) acerca de la relación de pareja y va construyendo en nosotros un modelo emocional de cómo interactuar y construir relaciones interpersonales.
Por ello es importante que las parejas desarrollen formas constructivas y saludables de resolver sus conflictos. No negarlos. Las parejas que se esfuerzan por NEGAR los conflictos conyugales, están enseñando a sus hijos a reprimir la expresión de sus pensamientos y sentimientos para “asegurar” una estabilidad familiar irreal, ya que esta misma descansa en la represión de sentimientos.
Las parejas siempre tenemos conflictos, es prácticamente una regla universal, el detalle está en aprender a resolverlos de manera constructiva ya que así crecemos y maduramos. Nuestros hijos aprenden a no temer ni desviar sus emocionales y sentimientos de malestar hacia alguien, sino que aprenden a aceptarlos como algo humano y se esfuerzan por aprender a expresarlos, convirtiéndose en personas más seguras de sí mismas, ya que no evaden sus sentimientos.
La relación de pareja de nuestros padres no es un factor emocional determinante en nuestras vidas de la cual no podamos desprendernos jamás. Es un parámetro emocional, a partir del cual podemos evaluar y decidir qué queremos para nuestro matrimonio y ser conscientes de qué estamos transmitiendo a nuestros hijos.